miércoles, 15 de marzo de 2017

DECÁLOGO DEL EMIGRANTE

Aunque algunos de nuestros políticos en España, haciendo gala de una evidente carencia de empatía (con lo imprescindible que debería ser la empatía para gobernar) se empeñen en seguir llamándolo una "aventura", la realidad es que emigrar, independientemente de las motivaciones que hayan llevado a tomar la decisión, es un acto difícil y doloroso, ya que, aunque en pos de una ganancias (mejorar la vida), siempre se producen unas pérdidas, y hay por tanto que pasar por un duelo, sumado a un proceso de adaptación al lugar de destino.

Sin embargo, ese duelo es superable, esas pérdidas recuperables, esa adaptación posible, y esas ganancias oportunidades que podemos transformar en resultados para enriquecer nuestra vida personal. Para todas aquellas personas que están pasando por una etapa de estrés por adaptación a un lugar alejado de su tierra de origen, etapa en la que los sentimientos de soledad, tristeza y ansiedad son recurrentes e intensos, aquí van una serie de recomendaciones:

1. Date tiempo. Asume que, sobre todo al principio, vas a echar de menos, y que te vas sentir raro y perdido. Es lo normal. Es por lo que han pasado todos. Pero conozco personas que me dicen que aunque emigrar ha sido la experiencia más dura para ellos, también ha sido la más bonita. No pocas veces, tras el dolor, encontramos la belleza de la vida.

2. Pon el foco de atención en lo positivo. Ya sé que así dicho parece un tópico, un "lugar común" muy frecuentado: hay que ver el lado bueno. Pero si emigras y en lo único que piensas es en lo que dejas atrás, en lo que has perdido, en los problemas que pueden estar por venir... mal asunto. Nuestros pensamientos influyen más en nuestro estado de ánimo que los propios acontecimientos. ¿Qué hay de lo que tienes, de las oportunidades que se te presentan, de las soluciones a los problemas...?

3. Sociabiliza. Puede que hayas dejado gente atrás, ¿pero y la gente que está por descubrir? No son pocos los que han conocido a sus mejores amigos, o a sus parejas, en el extranjero. Ábrete a conocer gente. Y cuidado, no tienen por qué ser personas de tu país de origen. Conocer a personas de diversas culturas, si tienes la posibilidad, te ayudará a abrir la mente.

4. Usa las Redes Sociales. Para seguir en contacto con tus seres queridos. Nuestros padre y abuelos no pudieron hacerlo, nosotros tenemos ese gran privilegio, usémoslo. Pero de nuevo, ¡cuidado! Que no sea para revivir continuamente el sentimiento de "echar de menos". Vamos a tener encuentros significativos con la otra persona que impliquen más presencia que ausencia, más alegría que desesperanza. Vamos a reírnos, vamos a decir "te quiero", vamos a llorar más de felicidad que de pena.

5. Conoce la cultura. Cualquier sitio al que vayas tiene secretos que ofrecerte. No te empeñes simplemente en ser el mismo "yo" que salió de casa, sólo que no está en casa. Nuestro yo es un ente en constante transformación. Déjate transformar por la riqueza del lugar de destino: aprendiendo el idioma, visitando sus lugares más característicos, haciendo las actividades que son más comunes (siempre que te gusten), siguiendo sus costumbres (siempre que no atenten contra tu escala de valores). Mézclate, se uno más, pero sin dejar de ser tú, manteniendo tu identidad.

6. Sigue haciendo las cosas que siempre te han gustado, y hazlas muy a menudo. Es totalmente complementario con lo anterior. Si en tu lugar de destino no se come tu plato favorito, cocínalo tú mismo, o pide que te lo manden. Si no hay mar y te gustaba nadar, ve a la piscina. Si la música que ponen allí no te va, convierte tu habitación en tu propia discoteca. Lo único que se interpone frente a seguir manteniendo tus intereses y hobbies seguramente es tu falta de imaginación.

7. Vuelve de vez en cuando. Unas vacaciones a tu tierra, y la mirarás con otros ojos. Aquellos paisajes, olores y sensaciones que antes te pasaban inadvertidos, ahora te despertarán emociones nuevas e intensas. No hay nada como tomar distancia para valorar de verdad lo que más se quiere. No querrás irte, pero tendrás que hacerlo. No lo vivencies con el sentimiento de amargura por tener que irte de nuevo, sino con la ilusión de la promesa de volver.

8. Revisa de vez en cuando las metas por las que te marchaste. ¿Se están cumpliendo? Si no es así, no necesariamente implica que tengas que volverte con lo puesto, simplemente date cuenta de por qué está sucediendo y aplica aquellas soluciones que creas conveniente. Si hay que irse se va, pero irse pa ná...

9. Pide ayuda, si lo necesitas. Para este tipo de problemática o para cualquier otra. No es malo. A veces es necesario, y no pasa nada, no somos más débiles por recurrir a alguien, sino que mostramos fortaleza al pedir ayuda porque es una manera de afrontar nuestros problemas, y totalmente legítima. Si sientes inseguridad por el idioma, hay muchos psicólogos españoles que como yo, ofrecen terapia on line. No hay excusas.

10. Por último y no menos importante, grábate esto a fuego en tu cabeza, tanto antes de irte, como durante tu proceso de adaptación, como cuando ya te consideres totalmente adaptado a tu lugar de destino: tu decisión no es totalmente irreversible. Puedes probar y durante un tiempo darte cuenta de que aquello no es lo tuyo y, ¿qué vas hacer, permanecer allí por cabezonería, por orgullo? O puede irte mal: un fracaso, y tienes todo el derecho del mundo a fracasar y buscar el éxito en otro sitio y por otros medios, con más bagaje y experiencia acumulada. O puede irte bien, de puta madre, y querer volver. Salir, no implica salir para siempre.

Hoy, son muchos los que salen y no por ansias de aventura, precisamente. Pero de ti depende, de tu actitud, que esa experiencia quizá se convierta en la aventura más alucinante de tu vida. Fuerza, alegría y paciencia. Un abrazo.

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