lunes, 27 de octubre de 2014

PONER EL FOCO DE ATENCIÓN

Lo reconozco: el cambio de horario me abruma. Que anochezca a las 6 y poco de la tarde, pufff.... Me suele provocar hastío. Soy hombre de sol y me gusta más el verano que el invierno. Por eso llevo mal el cambio de hora que todos los años acontence el último fin de semana de octubre.

Pero el caso es que... Sucede todos los años. Es inevitable (por ahora), igual que lo es que al periodo estival le siga el invernal. Lo que sí es evitable, o al menos modificable, es nuestra reacción a esos pequeños (o grandes) cambios que además de inevitables en muchas ocasiones son necesarios.

Por eso ayer escribí en mi perfil personal de Facebook la siguiente frase: "Hoy estaría triste si no fuera porque decidí ponerme contento".

Así... ¿de fácil? ¿Qué pasa, que tenemos un botón en nuestra cabeza o en nuestro corazón que nos hace pasar de "mode sad" a "mode happy" automáticamente?

Regular las emociones no es tan sencillo (y menos mal, porque eso nos podría convertir en seres insensibles), pero a fin de cuentas resulta un ejercicio de elección en el que la atención juega un papel fundamental: "Jo, vaya rollo, se está haciendo de noche ya, bueno... En lugar de quedarme asomado en la ventana viendo como anochece mientras pongo mi mejor cara de melancolía y abatimiento (para que quede certificado ante el mundo que me encuentro melancólico y abatido, porque éso es fundamental), voy a dirigir mi atención hacia qué cosas puedo hacer para sentirme bien: una actividad que me guste, hablar con alguien que sé que va a ponerme de buen humor, oír esa canción que me hace saltar de alegría..."

A esos nos referimos los psicólogos cuando hablamos de "poner el foco de atención". Nuestra capacidad de atender a los estímulos es limitada: no podemos estar atentos a todo a la vez, igual que con dificultad podemos atender dos tareas al mismo tiempo (y si no trata de seguir leyendo este post mientras recitas la letra de tu canción favorita). Por eso si atiendes lo malo difícilmente podrás ver lo bueno; por eso si pones la atención en el "tengo un problema" difícilmente podrás hallar las soluciones; por eso si sólo te fijas en tus defectos difícilmente podrás encontrar todas esas cualidades que te hacen ser una persona única, irrepetible. 

La realidad a veces es luz, y otras oscuridad; las emociones, todas humanas e inevitables, a veces son agradables y otras para nada lo son, y no se trata de reprimirlas, igual que no puedes impedir que anochezca (o prohibir que salga el sol la noche que deseas que no se termine), hay que pasar por ellas, pero se trata de pasar, no de quedarse. Cuando nos sentimos embargados (y uno de los sinónimo de embargar es: secuestrar) por emociones no positivas como la tristeza, es fácil caer en la trampa de la "visión túnel": nuestra atención está enfocada únicamente hacia la fuente de nuestro malestar.

Sal del túnel, expande tu visión, y elige dirigir tu atención hacia aquello que te hace sentir bien, que te da fuerzas para empezar, o que te facilita una solución a tu problema. Elige lo útil, lo bueno, lo que te gusta. Que sea el verano o el invierno, que sea el día o la noche... eso ya, a tu libre elección.

jueves, 23 de octubre de 2014

PROPIOCEPCIÓN

Propiocepción. Vaya palabro. ¿Qué significa? Capacidad de percibir las señales de nuestro cuerpo. ¿Por qué es importante desde la Psicología Positiva? Porque esa comunicación entre mente y cuerpo influye de manera clara en nuestras emociones.

Chalie Brown no podría explicarlo mejor:

El cerebro recibe información de nuestro cuerpo: ¡así que cuidado con qué le decimos!


Por otra parte, si somos más conscientes de nuestra postura corporal, nuestras expresiones, gestos... De nuestra actitud física en general, también seremos capaces de comunicarnos con los demás de una manera más eficaz y acorde a nuestras intenciones, deseos y expectativas. Por ejemplo: una fotógrafa quiso demostrar que la belleza es una actitud. Y éste fue el resultado:





Podéis ver más fotos y conocer más sobre el "experimento" de la fotógrafa a través de este artículo.

Transmitimos a través de nuestro cuerpo y si sabemos hacerlo para seducir, gustar, convencer, dar seguridad o dar una imagen más acorde de lo que esperamos de nosotros mismos, entramos en el terreno de las habilidades sociales: el arte de saber relacionarnos. Y para ello, es imprescindible ser propioceptivos.

Pero volvamos a la relación entre propiocepción y emociones.

La Inteligencia Emocional, nuestra capacidad para percibir, comprender, expresar y regular nuestras emociones y facilitar conductas deseadas a través de ellas, es clave en la gestión de nuestro bienestar y camino del crecimiento personal. Y como ya hemos dicho, la percepción de nuestro cuerpo influye en nuestras emociones. Pongamos varios ejemplos:

  • Tienes una entrevista de trabajo. Estás nerviosa, tienes miedo. Normal. Como tu cuerpo se da cuenta de ello, agacha la cabeza, se pone tenso, andas lento (¡porque es que no quieres ni llegar al sitio!). Pero tú no quieres transmitir éso en la entrevista. Así que, ¿por qué no salir ya desde tu casa con la cabeza bien erguida y con andar firme y seguro? Así, cambiamos la información que le mandamos al cerebro.
  • Tienes una reunión social con desconocidos. Estás inseguro porque no sabes qué impresión vas a causar. Te das cuenta de que tu expresión facial es más seria de lo corriente... ¿Por qué no llegar con una amplia sonrisa que los deslumbre a todos?
  • Tienes una cita. Estás nerviosísimo o nerviosísima por cómo va a transcurrir. ¿No crees que ponerte tu mejor camisa, o usar tu lápiz de labios favorito, o ensayar tu sonrisa más seductora, te aportará confianza?
En definitiva, hacer uso de la propiocepción para regular nuestras emociones se resume en: conviértete en la persona que quieres ser. No es alguien distinto a ti, es tu mejor versión, la que te va a ayudar a superar situaciones más o menos exigentes como una entrevista, una reunión o una cita. Copia sus gestos, su postura, su forma de hablar, de caminar, de vestir... 

Tu cerebro entenderá el mensaje. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

ESA EMOCIÓN LLAMADA LIBERTAD


Emociones: tristeza, rabia, alegría, miedo, sorpresa, asco, paz... ¿Y la libertad, no es una emoción? Solemos apelar a ella como un valor objetivo: ser libres, porque no somos presos; tener libertad, porque tenemos capacidad de elección. ¿Y qué pasa con el sentirse libre?

¿Acaso no puede sentirse libre un preso cuando nota como el sol acaricia su rostro al iluminarse el alba por la ventana de su celda? ¿Acaso no puedes sentirte prisionero de tus dudas, de tu propia incertidumbre o del conflicto que surge en ti cuando tienes que decidir entre "lo que debo" y "lo que quiero"?

¿Acaso no vivimos en un sistema llamado democracia, cuyo valor máximo es la libertad, y nos sentimos muchas veces esclavos de los dictados autoritarios de los mercados, la publicidad, la religión, el sistema educativo o la última tendencia?

¿Acaso sentirse libre no es librarse de esas cadenas y también las de nuestro pasado, para afrontar el futuro con ilusión, esperanza y libertad? ¿Acaso sentirse libre no es decirse a uno mismo "PUEDO"? Puedo decidir cómo sentirme.

Por eso hoy yo quería sentirme libre, e invitarte a sentirte libre...

Libre para correr sin cronómetro.

Libre para lanzarle un guiño al espejo.

Libre para romper la báscula. Para comerme ese trozo de pastel hasta el final.

¡Libre para afeitarme cuando me salga del n... de las narices!

Libre para reír cuando lloro, para reír hasta las lágrimas.

Libre para salir de la pista de baile y bailar en la calle.

Libre para decir "No". Libre para decir "No lo sé".

Para decirte que te amo aunque tú no me ames.

Libre para tener miedo. Para no quedármelo. ¡Para soltarlo!

Libre para sacar de vez en cuando al gilipollas que llevo dentro, al niño que llevo dentro... A mi mejor versión.

Libre para apagar el móvil.

Libre para dejar la cama sin hacer.

Libre para errar.

Libre para rectificar, para cambiar de dirección, para dar vuelta atrás, para volver a empezar.

Libre para hacer 1.000 cosas en la vida aunque 999 no estén del todo hechas.

Libre para sentir tu odio, admiración o indiferencia. Tu amor.

Libre para crear. Para que mi arte sea libre fuera de mí.

Libre para abandonar ese cuarto donde me pegaron, esa clase donde se burlaron de mí, el patio donde me negaron mi primer beso.

Libre de horarios, libre del reloj.

Libre de las expectativas de otros.

Libre para proponerme lo imposible. Libre para fracasar. Libre para que el fracaso no me detenga.

Libre para desearte, para soñarte, para acariciarte con la mirada.

Libre para regalarme amor. A mi cuerpo. A mi alma.

Libre para poner cien veces la misma canción.

Libre para saltar aunque no haya nada que coger, para andar hacia ningún sitio en particular, para pensar en lo que no tiene sentido.

Para morder el polvo.

¡¡¡LIBRE PARA GRITAR!!!

Libre para quedarme. Para irme. Para volver.

Libre para decirte que repetiré.

Libre para hablar con entusiasmo de las cosas que me gustan sin esperar tu aprobación.

Libre para desafinar. Para perder el control de la voz. Para inventarme la letra de esta canción.

Libre para no ducharme hoy.

Libre para cerrar los ojos cuando abro el armario.

Libre para atreverme.

Libre para jugar. Para invitarte a este juego. ¿Juegas?

Libre para no pensarlo más.

Libre para olvidarme, para no tenerlo en cuenta, para mirar hacia delante.

Libre para escribir LIBERTAD.

miércoles, 8 de octubre de 2014

¿ERES AMABLE CONTIGO?

Durante nuestro aprendizaje evolutivo se nos enseña de manera intencionada a relacionarnos con los demás: "no mires fijamente, no chilles, dile gracias, pídele perdón..." Sin embargo, se ha descuidado mucho la manera en la que nos relacionamos con nosotros mismos.

Y resulta que la persona con la que más se relaciona uno, es precisamente, uno mismo. O como decía Zig Ziglar:


Esa relación con uno mismo está formada por un sistema de "autos": autoestima-cómo me valoro a mí mismo; autoconocimiento-el saber sobre uno mismo; autoconfianza-cuánto confío en mí mismo y en mis propios recursos personales...

Y también podríamos incluir, claro está, la autoexigencia: exigirse a uno mismo. Pero, ¿es esto bueno?

Como suele suceder con muchos recursos, la respuesta no depende tanto del qué, sino del cómo. ¿El dinero es malo? Si lo utilizo para adquirir cosas que necesito y me generan bienestar, y de paso no hago daño a nadie, no. Si soy un consejero de banca que se gasta millones y deja a una caja arruinada que para recuperar sus pérdidas va a quedarse con las casas de la gente, no he hecho un muy buen uso del dinero.

Al hacer por tanto un uso de un recurso, ya sea externo como el dinero, o interno como la motivación o la creatividad, es importante tener en cuenta las consecuencias que puede tener ese uso. Si uso mi creatividad para inventar la bomba atómica, pues...

Autoexigirse es bueno en cuanto el resultado de esa exigencia es el aprendizaje, la mejora continua, una meta u objetivo propuesto, la constancia, el afán de superación... En definitiva, autoexigirnos puede ser un buen vehículo para el crecimiento personal. Pero cuidado:

¿Cuándo es mala la autoexigencia?
  • Cuando es excesiva. ¿Y cuándo es excesiva? Hay que aprender dónde están tus límites. Si enfermas, es excesiva. Si acabas tan fatigado que no puedes cumplir en otras áreas de tu vida, es excesiva. Si no es autoexigencia sino búsqueda de la perfección, es excesiva.
  • Cuando va aparejada al automachaque o a la culpa. ¿Machacarías a tus empleados? ¿Harías sentir culpable a tu pareja para conseguir lo que quieres? Empieza a tratarte como tratas a los demás (siempre que los trates bien, claro).
  • Cuando la autoexigencia no va unida a la autocompasión.
Este último punto es muy importante. Y quiero hacer un inciso: a mí tampoco me gusta la expresión "autocompasión". Suena a compadecernos de nosotros mismos, a regodearnos en nuestra propia miseria. Pero no es eso. Para nada. En la Psicología Positiva se utiliza este término para referirnos a la capacidad de ser amables con nosotros mismos.

Autocompasión es:
  • Reconocer nuestros defectos, vicios, y claro, nuestros límites.
  • Perdornarnos por nuestros errores, fracasos, meteduras de pata y malos momentos (o temporadas).
  • Aceptar que, a pesar de tooodos tus defectos y fracasos, tú, SÍ, TÚ, eres una persona merecedora de lo mejor.
O dicho en una sola frase, autocompasión es decirte: "La cagué, no pasa nada, la próxima vez mejor". Así de fácil, así de difícil a veces, pero siempre, siempre ÚTIL. 
 

jueves, 2 de octubre de 2014

¿SE SABEN AQUÉL QUE ERAN UN PESIMISTA, UN OPTIMISTA Y UN REALISTA...?


El eterno dilema, ¿no? ¿Hay que ser optimista, hay que ser realista? ¿¿¿Pesimista yo???, ¡no, nunca, yo lo que soy es realista!

La verdad es que los seres humanos somos optimistas por naturaleza, por instinto. Si no fuera así, y conociendo las estadísticas, no nos montaríamos en coche, no comeríamos comida rápida, o nunca jugaríamos al Gordo de la lotería. 

Todo lo anterior lo hacemos casi sin pensar. Son decisiones habituales en las que no perdemos mucho tiempo porque si lo hiciéramos, la vida sería muy complicada. ¿Te imaginas haciendo una lista de pros y contras para decidir si vas a ir en bus o andando?

Ante decisiones más importantes entran en juego procesos intelectuales más complejos. Razonamos más y dirigimos nuestro proceso de elección en función de una predisposición más optimista o pesimista que va a estar definida por nuestra experiencia de aprendizaje.

Así, el pesimismo suele ser un mecanismo de defensa aprendido. Si pensamos que hay una alta probabilidad de que las cosas no salgan bien, no me llevaré una decepción tan grande que si hubiera pensado en el éxito absoluto. De eso nos protegemos con el pesimismo: de la decepción. Sin embargo: siempre que hacemos algo, siempre que iniciamos un nuevo proyecto, aunque nuestra mente nos diga "es muy difícil", nuestro instinto, ése que se libra de aprendizajes disfuncionales, mantiene la esperanza en el "lo lograré", porque si no ni siquiera nos hubiéramos puesto en marcha. Así que cuando no lo logramos y nos decimos "lo sabía" para aliviar nuestra decepción, en realidad nuestro corazón sufre lo mismo. Por ello, este pesimismo falsamente protector no sirve tanto para aliviar el dolor de la amarga derrota como sí para predisponernos a ella.

Porque luego están los optimistas que se dejan llevar excesivamente por su instinto, los que suelen ser llamados: optimistas ingenuos. Suelen confiar en el destino, en la buena suerte, y en que el Universo está conjurado para que todo les vaya bien. Y, ¿sabes qué?, a pesar de su inconsciencia, a éstos le suele ir bastante mejor que a los pesimistas. Porque si para el éxito bien son importante el esfuerzo y las aptitudes, la actitud no lo es menos, y el optimismo ingenuo facilita una actitud positiva ante los obstáculos y dificultades, facilita el empeño, la constancia, el coraje, la valentía. Los optimista se arriesgan más. El problema surge cuando esos riesgos, por no haber sido calculados, llevan al fracaso, no se asimila bien ese fracaso porque, ¡¿maldita sea, cómo ha podido suceder si tenía el apoyo del Universo?!, y nos frustramos tanto, tanto, que incluso podemos pasar de optimistas ingenuos a pesimistas obstinados.

"Así que David, la mejor actitud es la del realista". ¿Y qué es ser realista cuando se trata de embarcarse en un proyecto? El futuro es una realidad que no existe pero que nosotros podemos construir, desde el presente. El realista de Ward tenía la precaución de los pesimistas protectores y la esperanza de los optimistas ingenuos. Bien por él. Era un optimista no ingenuo. Se trata, al fin y al cabo, de ajustar las velas:
  1.  No te preocupes, ocúpate.
  2. No vivas en el futuro, no existe. Constrúyelo. Planifica.
  3. Toma riesgos, como harían los optimistas ingenuos, pero que sean riesgos calculados.
  4. Mantén la ilusión. No es ingenuidad, es esperanza, y la esperanza ayuda y acerca al éxito.
  5. Si te llevas una decepción, bienvenido al mundo real, ¡sobrevivirás! Si fracasas, abraza el fracaso, porque el fracaso es aprendizaje, y el aprendizaje crecimiento.
Recuerda que quien nunca fracasó, es porque no se atrevió a tirarse al mar.